Atahualpa Mehrer .- La práctica religiosa sana ha sido un refugio en esta pandemia y recuerda la vulnerabilidad humana, fomenta los vínculos e incluso, según algunos estudios científicos, mejora la salud mental.
El confinamiento forzoso obviamente ha disminuido de forma drástica la asistencia a ritos religiosos (católicos, judíos o musulmanes), pero al mismo tiempo ha inoculado o reforzado en muchas personas el cultivo de la faceta espiritual. Junto a memes y audios, inundan los teléfonos móviles cadenas de oraciones y peticiones de intercesión divina.
La religión es, en buena medida, una serie de prácticas de dominación de la contingencia. Es un conjunto de maneras, de formas de hacer algo, para controlar eso que no está en manos de nadie, que es precisamente lo que odiamos los modernos: el accidente, el azar, esa incapacidad de afrontar lo imprevisible es lo que ha hecho aflorar un sentido religioso que en realidad ya existía, aunque se mantuviera latente. Ahora que la humanidad entera está sometida a un fenómeno que ni los dioses modernos de la ciencia pueden controlar, recurrimos a eso que conocemos por formación o experiencia religiosa, pidiendo la intermediación. Y como la catástrofe es mucho más grande, es más grande también la reacción.
¿Espiritualidad o religión?
La trascendencia es algo espiritual que puede ir vinculado a una religión o no. Lo espiritual es una dimensión del ser humano que está en su esencia y que se aprecia en mayor o menor medida en la capacidad de amar; el sentido y propósito de la vida; la conexión profunda con otras personas o con la naturaleza; la esperanza y sacar fuerzas de lo hondo en momentos adversos; la ética; la creatividad; la reflexividad y conciencia de uno mismo.
Además, muchos profesionales de la medicina recuerdan que una fe vivida de forma sana (es decir, sin escrúpulos, obsesiones o temores infundados) puede tener un efecto directo en la salud mental y aun física.
En 2013, un estudio de la Universidad de Columbia (Nueva York) destacó la influencia de la espiritualidad en el espesor del córtex, la membrana que reviste el cerebro: cuando el córtex es más delgado, hay mayores probabilidades de que se desarrolle una depresión, y cuanto más se nutre la religiosidad y la espiritualidad, más grueso tiende a ser el córtex, disminuyendo dicho riesgo.
Dos años después, otro informe de la Asociación Mundial de Psiquiatría, elaborado a partir de 3.000 estudios sobre la relación entre espiritualidad y salud psicológica, afirmaba que la calidad de vida y la sociabilidad mejoran con la práctica espiritual, combatiendo el estrés causado por las pérdidas, la depresión y la tendencia suicida. La religión también puede servir para ordenar la propia vida a nivel individual y social. La sana práctica religiosa puede aportar: referencia espacio temporal con las prácticas diarias, semanales y el fluir de la liturgia; sentido de pertenencia a un grupo; participación y cooperación social; momentos para la reflexión; espacios para compartir; sentido y propósito para las acciones; facilidad para tolerar emociones desagradables; promoción de la apertura a los demás con actos de solidaridad; templanza en el consumo de comida, información, tóxicos; respeto a otras personas; promoción de la aceptación; enriquecimiento de la libertad interior y mayor conexión con la belleza.
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